Se le atribuye a Einstein la frase “Si la abeja desapareciera del planeta, al hombre solo le quedarían 4 años de vida“. Tanto si la frase es suya como si no, es cierto que sin abejas no hay polinización, ni plantas, ni animales ni hombres. De hecho, según el departamento de Agricultura de Estados Unidos, alrededor del 75% de las plantas con flores y más del 35% de las cosechas dependen de la polinización de los insectos. Es de todos conocido que las abejas son unas polinizadoras muy prolíficas y contribuyen de buena manera a conseguir estas cifras.
Desafortunadamente, la abeja, como especie, está desapareciendo. En 1988 había un total de 5 millones de colmenas en Estados Unidos, en 2015 hay la mitad, aproximadamente unos 2,5 millones. Apicultores de todo el mundo están experimentando cifras similares, con caídas que pueden ir desde el 30 al 90% año a año. No es por falta de intentos, o de ganas, o de ampliar la cantidad de panales. Las abejas, simplemente, se mueren.
Existen al menos tres causas globales objetivas que explican el fenómeno: la ‘varroa’, un parástio que se extendió desde Asia; el cambio climático, con máxima incidencia en 2004; y los neonicotinoides. Estos últimos son una familia de insecticidas introducidos en el mercado en los 80. Reciben este nombre porque tienen un efecto similar al de la nicotina, que actúa sobre el sistema nervioso. Existe una política global para prohibir los neonicotinoides más peligrosos, pero su uso ha sido tan masivo que se ha iniciado un efecto dominó de residuos que ha afectado de forma dramática a las abejas.
«Afecta al sistema nervioso de las abejas. Su control térmico disminuye, por ejemplo. No las mata directamente, pero las desorienta y no saben regresar a su colmena
Para paliar este problema, que va en aumento, científicos japoneses están en la fase conceptual para crear mini robots que puedan ayudar a los insectos a realizar sus labores de polinización. Los primeros diseños se centran en un robot del tamaño de una caja de cerillas y dotado de un gel iónico pegajoso que le permitiría transportar el polen. Dicho gel fue descubierto por casualidad durante el intento de crear un líquido que condujera la electricidad, y se le acaba de buscar este uso cuando después de ocho años metido en un cajón todavía no se había secado y seguía manteniendo sus características pegajosas. Este gel sustituiría a las pelillos que tienen las abejas y donde se quedan atrapados los granos de polen durante el viaje de flor a flor.
En los primeros intentos de polinizar con robots, los científicos japoneses han conseguido un 37% de éxito. También han constatado la dificultad del pilotaje manual, debido a la enorme precisión requerida, por lo que se están centrando en el desarrollo de algoritmos de inteligencia artificial y GPS para que el proceso sea totalmente automático.
Otro de los retos a superar es el de la autonomía de la batería. Debido a que el robot tiene el tamaño de una caja de cerillas, la batería es muy pequeña y apenas da para 3 minutos de vuelo.
El nuevo robot también tiene detractores. Según algunas estimaciones, hay cerca de 3.2 billones de abejas en el planeta. Aunque se pudieran construir estos robots por 1 céntimo y tuvieran una duración de 1 año, el coste sería realmente alto. Quizá este sea un buen ejemplo de que no todo se puede resolver con tecnología robótica y que es necesario encontrar soluciones más efectivas … como seguir trabajando para que la población de abejas se mantenga o, incluso, pueda crecer.
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