La Blockchain o cadena de bloques es la tecnología que hay detrás del Bitcoin, y se puede separar de él para hacer otras cosas con ella. Por ejemplo sirve para crear otras criptomonedas que se basen en los mismos principios, pero que tengan otras propiedades al haber sido cambiados el algoritmo o la política monetaria. Y eso es precisamente lo que ha pasado, y por lo que han ido surgiendo muchas otras criptomonedas.
Entre ellas surge otra blockchain llamada Ethereum, y que según Domingo es probablemente lo más disruptivo que hay en el mercado a parte del Bitcoin. Su diferencia es que no se dedica únicamente a almacenar transacciones de monedas, sino a otras más genéricas como la ejecución de aplicaciones descentralizadas que no necesitan un servidor central.
Pero el Blockchain también se puede utilizar para crear otros tipos de representación de valor. Es lo que se conocen como Tokens. Estos pueden ser criptomonedas, pero también lo que se conocen como tokens de utilidad, que son básicamente los que puedes usar dentro de un ecosistema para participar en un servicio o utilidad. Un ejemplo son los casinos, donde compras sus propios tokens o fichas que luego puedes utilizar en sus máquinas y restaurantes.
Y luego tenemos los security tokens, que son representaciones digitales de activos electrónicos. Son como las acciones, pero que se te emiten de forma digital en vez de con un papel como suele hacerse convencionalmente. Esto se puede aplicar también a la hora de tokenizar edificios, arte y muchas otras cosas.
Las ICO como método de financiación
Financiación
En los últimos años se han creado cientos de tokens por la facilidad con la que se pueden desarrollar, y las empresas se han dado cuenta de que pueden ser utilizados para financiarse. Es lo que se llama ICO (Initial Coin Offerings), las empresas crean un token, deciden cuál será su valor o para qué se va a utilizar, y lo prevenden utilizando el dinero que ganan para financiarse. Algo así a un equivalente al Kickstarter, pero llevado al mundo de las finanzas como un crowdsourcing.
Este método para financiarse y obtener liquidez comenzó a utilizarse en 2014, pero no ha sido hasta el último año cuando ha explotado y ha empezado a invertirse a lo grande en tokens generados por las empresas. Con ello, las empresas que emiten tokens están pudiendo financiarse sin acudir a los capitales de riesgo, de manera que no tienen que vender parte de la empresa ni lidiar con quienes controlan los capitales de riesgo.
«Si es una burbuja, ni siquiera ha empezado a formarse en términos absolutos de capital».
Una de las críticas que se suele hacer a este tipo de financiación es compararlas con la burbuja de las .com a finales de los 90. Esto es una posibilidad según Carlos Domingo, pero de ser así la burbuja ni siquiera ha empezado a formarse en términos absolutos de capital. Vamos, que si es una burbuja estamos todavía en la fase previa a que empiece a inflarse, por lo que todavía hay margen para invertir en ellas.
Como retorno de capital ahora mismo los tokens son un producto insuperable. No es sostenible que siga manteniendo estos retornos, pero aunque baje seguirá siendo mayor al de invertir en startups. Esto, según Domingo, es debido a la liquidez. Cuando inviertes en una startup no puedes salirte de ella, lo que significa que sus acciones se venden a la baja. Los tokens por se pueden revender cuando quieras para tener liquidez, lo que los convierte en activos más atractivos.
Como conclusión, Carlos Domingo asegura que el las criptomonedas, la cadena de bloques y los tokens son unas tecnologías disruptivas que van a cambiar muchas industrias en los próximos años. Por eso, recomienda que si nos interesa el tema nos metamos ahora a invertir, estudiarlo o investigarlo, ya que es ahora cuando está empezando y está todo por hacer.
El fenómeno de las criptodivisas se ha disparado en los últimos meses, pero es la tecnología subyacente, la cadena de bloques o blockchain, la que lleva tiempo prometiendo verdaderas revoluciones en diversos ámbitos.
Esas revoluciones no se han producido a pesar de las promesas de los que evangelizan sobre este concepto, y como ocurre con otras «tecnologías del hype», la cadena de bloques sigue sin encontrar su sitio en nuestras vidas.
Los bancos siguen mandando
Cuando bitcoin apareció muchos lo vieron como la alternativa clara a los sistemas bancarios actuales. «Descentralizar el dinero» parecía por fin factible, lo que también haría que el coste de las transferencias económicas fuera cero y que éstas se realizaran de forma instantánea.
El problema es que pronto quedó claro que bitcoin no era la solución al problema: las limitaciones de su diseño han acabado siendo una barrera de momento infranqueable que ha hecho que sí aparezcan otras criptodivisas que traten de ofrecer opciones a los sistemas de pago tradicionales.
Ninguna de ellas (ni de sus cadenas de bloques) se han logrado imponer por ahora, y tanto el dinero de curso legal como los sistemas de pago que le rodean (transferencias, tarjetas de crédito y débito o servicios tipo PayPal) siguen siendo «suficientemente buenos» para los usuarios.
De hecho entre las ventajas iniciales que planteaba el bitcoin era el de servir para micropagos, pero ese escenario ha quedado descartado ante unas transacciones que tardan ya entre unos minutos y varias horas o hasta días y que además cuentan con unas comisiones cada vez más preocupantes por la congestión de la red y por un modelo que está dando prioridad a las transacciones (quién completa el pago primero) a aquellas que pagan más comisiones, sin más.
Las alternativas que tratan de aportar soluciones a algunos sistemas bancarios tampoco acaban de cuajar. Tenemos por ejemplo a Ripple, una prometedora forma de transferir dineros entre bancos que no obstante sigue sin ganar terreno al tradicional sistema de la red SWIFT. El interés por Ripple ha crecido en las últimas semanas —bancos como el Santander han invertido en esta tecnología—, pero los propios bancos también llevan tiempo investigando cadenas de bloques propias (controladas por ellos, claro) y la adopción de alternativas que ellos no han desarrollado parece improbable.
Las criptodivisas siguen sin estar (del todo) seguras
Uno de los grandes problemas de esta tecnología es que a pesar de que en su diseño se integran grandes medidas de seguridad para proteger cosas como el anonimato de las transacciones o su privacidad, la propia seguridad de nuestras carteras sigue estando comprometida.
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Lo está porque al final dependemos normalmente de un usuario y una contraseña. Hemos leído ya historias varias sobre la gente que ha perdido bitcoins por no recordar las contraseñas de sus carteras virtuales, pero a eso se le suma un problema mayor: el de la seguridad de los mercados de intercambio de criptodivisas (exchanges), que es muy discutible.
De hecho se han producido diversos robos a gran escala en esa especie de sucesores de los bancos actuales. En agosto de 2016 se robaron 72 millones de dólares en Bifinex, en noviembre de 2017 los responsables de Tether sufrieron un ciberataque en el que perdieron 31 millones de dólares y hemos tenido desastres como el del fallo del servicio Parity, que perdió 300 millones de dólares en Ether debido a un error de programación en el servicio.
Todos esos problemas han hecho que surjan recomendaciones de todo tipo a la hora de almacenar estas criptodivisas, tanto para los usuarios (como carteras hardware o carteras de papel) como para los mercados de intercambio, que ahora suelen almacenar esos fondos en los llamados sistemas de almacenamiento en frío, desconectados de internet para evitar posibles ciberataques.
Las ventajas y desventajas del anonimato y privacidad
Con la cadena de bloques y bitcoin también llegaron grandes beneficios para la realización de transacciones seguras y anónimas que teóricamente ofrecían muchas ventajas para ciertos escenarios, tanto positivos como… no tan positivos.
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Lo que acabamos viendo fue el uso indiscriminado de los pagos en bitcoin en mercados negros en los que se compraban y vendían mercancías ilegales (drogas, armas) como Silk Road, que acabó siendo cerrada por la justicia norteamericana.
Aquel no fue el primer intento en este sentido, y aparecieron alternativas como su propia sucesora, Silk Road 2.0, y también otras como AlphaBay y Hansa.
Esos mercados siguen existiendo en la ‘Dark Web’, desde luego, pero es que las garantías que ofrece la cadena de bloques y las criptodivisas están muy lejos de las que ofrecen bancos y gobiernos, que «dentro de lo malo» garantizan nuestras inversiones hasta ciertos límites y basan las transacciones (para bien y para mal) en la verificación de la identidad de la persona física o jurídica.
Eso también minimiza los riesgos de que las divisas de curso legal se utilicen para financiar organizaciones criminales por ejemplo (minimizan, insistimos, no evitar por completo), algo que es mucho más difícil controlar con el uso de criptodivisas en las que la privacidad y el anonimato son precisamente argumentos básicos para algunas de ellas como Monero.
Los contratos inteligentes y los criptogatos
Otra de las prometedoras revoluciones de estas criptodivisas y sus cadenas de bloques ha sido la de los contratos inteligentes que extendían la validez de estos conceptos no solo a los mercados económicos y financieros, sino a cualquier otro segmento.
El concepto introducido con la plataforma Ethereum es especialmente atractivo para desarrolladores y desató la fiebre de las ICOs, pero los ejemplos reales y prácticos son escasos y poco llamativos.
De hecho la mayor implementación de los contratos inteligentes es probablemente la de los criptogatos, ese singular fenómeno que es una especie de evolución moderna de los Pokémon. El código de esta plataforma no es más que un contrato inteligente con una criptodivisa y una cadena de bloques propia que mezcla el colleccionismo con el juego y, por supuesto, la especulación. La utilidad práctica y real es desde luego discutible (como la de la mayoría de criptodivisas existentes).
En busca de la ‘killer app’ de la cadena de bloques
Hay otros campos en los que la cadena de bloques ha tratado de plantear soluciones muy llamativas: están el segmento del almacenamiento distribuido —de nuevo, la idea se enfrenta a sistemas muy extendidos como Dropbox, OneDrive o Google Drive— el de la gestión de las distintas Bolsas o, desde luego, la de la verificación de la identidad que afectaría a otros muchos segmentos (como por ejemplo la autoría de obras artísticas).
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Ninguna de estas ideas parece haber acabado de demostrar el potencial de la cadena de bloques, y hay muchas empresas y emprendedores tratando de convencernos de la validez de ese concepto sin el éxito que seguramente esperaban. Hoy por hoy la cadena de bloques sigue asociada a unas criptodivisas a las que a menudo asociamos términos como burbuja, especulación, anonimato y tráfico de mercancías ilegales.
Superar esa concepción es probablemente el primer paso para comprender que el sistema distribuido que plantea la cadena de bloques puede en efecto ser una verdadera revolución en nuestro mundo. Ahora queda por descubrir cómo demostrarlo, claro. Necesitamos, una vez más, la ‘killer app’ de la cadena de bloques.